lunes, 28 de marzo de 2011

Baños, cines, saunas, estadios. (Parte once)

Las apariencias engañan

- En el baño de la estación de subte República, de la actual línea 3, antigua Este- Oeste encontré un osazo, lindísimo. - Arranca Raul. - En el momento no noté nada extraño parecía uno de tantos de los que circulaban por aquellos lugares a diario. Nos pusimos de acuerdo y salimos rumbo a un hotel. Fue cuando entramos a la habitación que me di cuenta que era un mendigo. Estaba muy sucio y con la ropa toda vieja, desgastada.

Así como estaba no daba ganas de hacer nada. Lo hice pasar al baño para que se bañe y esté más presentable. Aceptó sin poner reparos. Luego que hicimos lo que yo esperaba, antes de salir, le regalé unas ropas que yo tenía en un bolso. Era mi ropa de trabajo que yo llevaba para casa, para lavar, pero que usadas y todo, estaban infinitamente en mejor estado que lo que llevaba él puesto.

Durante mucho tiempo, cada vez que el mendigo me veía por las calles, en las inmediaciones del lugar donde nos habíamos conocido, me saludaba haciendo gestos y a los gritos:

- ¡Raul, Raul!


Sin palabras

- Me gustaba ir de mañana al Don José, era más tranquilo, por la tarde siempre había mucha gente y, el mal olor habitual, se hacía más inaguantable, por la aglomeración. Incluso, la gente que encontrabas en esos amontonamientos, era un poco agresiva.

Nunca me había pasado,- relata Raul, divertido, - tratar de comunicarme con alguien que no me respondía. Dentro del baño del cine Don José, con ese gordo que era muy lindo, nos pusimos de acuerdo con los gestos silenciosos que formaban parte de los códigos de todos. Cuando ya estábamos fuera, traté de proponerle un lugar donde ir para estar más tranquilos, me mira y no dice nada. Probé una vez más y nada. Yo ya no sabía qué hacer, empezaba a pensar que no iba a pasar nada. Él era todo lindo, de los más lindos que ya vi en mi vida, con una pija enorme y linda. Un oso divino. Pero yo le hablaba y él no me respondía nada.

Por suerte, cuando ya creía que lo perdía, me di cuenta que era sordo mudo. Entonces, saqué una libreta y una birome que llevaba siempre conmigo y comencé a anotar en papel lo que yo quería decirle. El me escribía las respuestas y nos pusimos de acuerdo bien rápido. Ahí nos fuimos a un rincón tranquilo dentro del mismo cine y pasó lo que tenía que pasar.

Fue muy, muy bueno. Tanto que nunca lo olvidé.

(Continuará)

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